Hace 208 años se aplicó la primera vacuna en México de manos del doctor Francisco Xavier de Balmis, quien comenzó a inocular contra la viruela a los habitantes de la entonces Nueva España.
El tiempo ha demostrado que, con constancia y cobertura universal, la vacunación es una de las mejores herramientas para preservar la salud humana: prueba de ello es que, en 1980, la viruela (de origen natural) desapareció del planeta. Sin embargo, las estrategias de nuestro país en el área no siempre han sido las óptimas, de ahí que el 24 de enero de 1991 se creara, por decreto presidencial, el Consejo Nacional de Vacunación (Conava).
Hasta ese momento, sólo 46 por ciento de la población infantil contaba con un esquema de inmunización completo, un índice muy bajo que se fue revirtiendo con la aparición de dicho organismo. “Como resultado, se erradicaron de territorio nacional enfermedades muy severas como la poliomielitis –devastadora entre la niñez– la difteria y el sarampión”, explica la profesora Gabriela García Pérez, del Departamento de Microbiología y Parasitología de la Facultad de Medicina. Desde entonces la función del Conava –detalla la académica– ha sido establecer cómo deben distribuirse las vacunas y hacerlas accesibles, así como las vías para llegar a los lugares más remotos, labor nada sencilla ya que no todos los biológicos resisten al ambiente y ello obliga a cuidar desde cadenas de frío hasta planear los calendarios de inmunización a detalle.
Esas tareas han sido clave en la estrategia seguida por la nación para combatir al SARS-CoV-2, la cual según cifras oficiales ha conseguido que 92 por ciento de la población adulta cuente ya con un esquema completo contra el coronavirus y que 83 millones de mexicanos (de los casi 129 millones que conforman la población) hayan recibido al menos una dosis. Sin embargo, para García Pérez aún falta por hacer y lo que debería tener el Conava en la mira es poner en marcha –con base en la evidencia científica generada internacionalmente– la vacunación en niños. “Hablamos de un sector muy afectado por la variante ómicron y, a fin de cuentas, es crucial que todos tengamos protección de algún grado.” ¿Por qué inmunizarnos? La señora Isabel Morales no creía en la Covid y murió de esa enfermedad hace ya 12 meses.
Los primeros biológicos contra el SARS-CoV-2 llegaron a México el 23 de diciembre de 2020; ella falleció pocos días después, en enero de 2021, por lo que su hija, Diana Mejía, no deja de preguntarse “¿qué hubiera pasado si ella se hubiese vacunado?”. A decir de García Pérez, ninguna vacuna es perfecta ni ofrece seguridad al cien por ciento (como se ha comprobado con la gente vacunada que se ha contagiado), pero es mucho mejor que no vacunarse, pues con ellas, con las vacunas, “podemos prevenir la enfermedad, o bien, evitar que ésta se agrave”. Lo anterior aclara por qué la variante ómicron ha infectado a personas incluso con esquemas completos, pero también que los casos de hospital y las intubaciones sean mucho menos que los registrados cuando nos azotó la primera ola del coronavirus, aquella que ocasionó la muerte de doña Isabel. “Lo he pensado mucho y me parece que mi mamá sí se hubiera vacunado, pues aunque no creía en la Covid sí creía en las vacunas.
Ella era quien me llevaba a que me pusiera mis inyecciones cuando niña y, ya adulta, siempre me recordaba que no descuidara eso”, comparte Diana Mejía al tiempo que muestra su cartilla de vacunación como prueba del cariño materno. Mucho se ha teorizado sobre si la variante ómicron es “más leve” –concepto cuyo uso ha desaconsejado la Organización Mundial de la Salud– o si está pegando en poblaciones ampliamente inmunizadas, algo que para García Pérez es difícil de estimar. “Su severidad no se ha podido medir bien porque gran parte de la población ya está vacunada. Es factible que sea menos grave, pero esto no implica que lo vaya a ser en todos ya que cada organismo es diferente.
Esto lo vemos cada año, cuando una misma gripe le hace muy poco a un individuo mientras que a otro lo deja postrado en cama.” Tal variabilidad depende de nuestro estilo de vida, alimentación, salud integral y herencia, y es que aquí los genes sí importan, pues los mecanismos de respuesta de cada uno dependen de su genética, agrega la académica, quien por ello recomienda no confiarnos ante la nueva variante. Por estos días Diana Mejía conmemora el primer aniversario luctuoso de su madre y ello la ha hecho reflexionar sobre lo mucho que se ha avanzado. “En definitiva las vacunas nos ofrecen protección y lo hemos visto con esa caída tan abrupta en el número de intubados y hospitalizaciones.
Claro, los contagios van al alza porque seguimos sin cuidarnos, pero sí percibo un cambio. Ahorita los veo a todos quejándose de la Covid, aunque por fortuna lo hacen desde sus casas, sin estar conectados a un tanque de oxígeno”.